lunes, 22 de febrero de 2010

"Filosofía de la vida"


"En el tren, justo enfrente, un señor de más de 50 leyendo Imaginar el matrimonio; su mujer, al lado, Entender a los hombres."


(Publicado originalmente en Microsiervos)

viernes, 5 de febrero de 2010

Por amor a Minerva: Una vieja alegoría para una nueva paz


El siguiente texto corresponde a un fragmento del ensayo que redacté para el "Concurso de Manifiestos por la Paz" celebrado en el I.E.S. "Fernando de los Ríos" y que resultó ganador:

POR AMOR A MINERVA: UNA VIEJA ALEGORÍA PARA UNA NUEVA PAZ


Angel or demon, what unearthly spell Returns, divinely false
like all things fair, To mock this desolation?
(G. SANTAYANA, Odi et amo)


En días como estos, cercanos al 28 del mes cojo, parece que, al menos una vez al año, que no
hace daño, casi todos los ciudadanos estamos de acuerdo en algo: entre esas necesidades vitales que se nos hacen imprescindibles para seguir dando guerra en este mundo nuestro se encuentra esa palabra que a muchos, por suerte o por desgracia, les quita el sueño: la paz.
Atendiendo a una definición “casera” de paz podemos esclarecer esta como un convenio entre
ciudadanos en busca de algo tan básico como un lugar donde ejercer nuestros deberes y disfrutar de nuestros derechos. Y es que si algo nos reporta la paz, con ese “escenario” tan deseable que nos ofrece, es la libertad.
De hecho, nosotros, pobres seres avocados a la sociabilidad (“No es la conciencia lo que
determina al ser sino el aspecto social de este lo que determina su conciencia” decía Marx) vamos
en pos de la paz para buscar esa libertad que alimenta nuestra condición humana. En el antes
mencionado “escenario pacífico”, al no estar oprimidos bajo el dictado de la violencia, nos
convertimos en seres plenamente autónomos, más libres.
Es ahora cuando, surcando socialmente los terrenos de nuestro “escenario pacífico”, entramos
en territorio comanche. Es necesario establecer una relación coherente entre los dos términos que hemos tratado para no tropezar en nuestro alegre paseo y que alguna flecha terrorista pase
demasiado cerca de nuestro sombrero. Está claro que la paz trae consigo nuestra adorada libertad, es casi como una relación de causa y efecto aristotélica. Sin embargo, hay que dejarlo claro queremos a la causa como un seguro, un garante de la consecuencia. De nada nos sirve tenerlas por separado.
Si esa libertad nuestra, que los Académicos con mayúscula han llegado a definir como un
valor intrínseco del ser humano, se ve amenazada por los actos de violencia no nos queda más
remedio que expresar nuestra apología, nuestro amor por la paz enfrentándonos contra los que
provocan dichos actos a capa y espada, como si de un relato quijotesco se tratara. Solo que ellos
pretenden hacerse pasar por gigantes pero nosotros, sanos aún de la sesera y no como el pobre
caballero, vamos a derruir las en realidad endebles paredes de sus molinos.
En tiempos de la antigua Grecia, cuando las batallas podían contarse por cientos, existían
muchos iconos dotados de un fuerte carácter bélico a los que venerar. De entre ellos, creo que no
hay ejemplo más paradigmático que el de Ares, el apodado “Señor de la guerra”, destructor de
civilizaciones. Claro que Ares no vino sólo al mundo. A su lado, en casi cualquier libro de Historia
al que echemos mano, siempre encontraremos una figura que logró despertar también muchos
cantares en los padres de la democracia: Minerva, o Atenea si se prefiere usar el apodo latino.
Minerva es modelo de sabiduría, de cultura pero también lo es a su modo, aunque no sea un rasgo excesivamente popular, de la guerra. Una guerra que debería darles ejemplo a aquellos que se avergüenzan de combatir el terrorismo sólo porque no mostremos una actitud pasiva hacia él e intentemos cortarle la cabeza con la guillotina de la blanca paloma, ignorando los dictámenes de la paradoja de la tolerancia.
Si señor, Minerva es también toda una guerrera, pero no con la ansiedad destructiva del
descabezado Ares, sino virtudes como la prudencia o la justicia, virtudes que colman el poder
político.
Esta Minerva es el símbolo que nos ha de recordar los ideales por los que luchamos y que
nunca hemos de abandonar esta lucha, porque abandonarla sería hacer patente una traición hacia los que se han dejado la vida, literalmente hablando, en el comienzo de la misma.
Hay que remarcar esta faceta “libertaria” de la paz porque es fácil confundir ciertas
situaciones que se enmascaran de ella. Por ejemplo, en muchas ocasiones se puede tener sosiego,
tranquilidad incluso desahogo económico pero no libertad.
Hay casos, como el de la dictadura franquista, que ya que estamos en España vamos a hacer
autocrítica nacional -un espléndido deporte que por lo que parece carece de categoría olímpica, al
menos en territorio ibérico- en el que mucha gente vivía tranquila y aparentemente sin
preocupaciones (no debemos olvidar lo que siempre ha costado y cuesta hoy llenar el cuenco de
sopa), pero no gozaban en absoluto de libertad. Y es que, como la libertad es un producto
plenamente pacífico, es decir, nacido del anteriormente definido convenio entre ciudadanos, es
imposible llegar al estado de libertad careciendo de dicho convenio y dicho convenio solo es
sinónimo de democracia, de hermandad entre ciudadanos por un bien común.
Así, no debemos caer en el engaño de quienes pretenden disfrazar la paz de tranquilidad,
proporcionando una serie de medios tentadores que nos podrían llevar a caer en las fauces del lobo y nos hagan perder ese rumbo que nos marca Minerva, arma en mano y búho al hombro, del combate de por la paz.

(c) D. López.

(Me ha sido imposible mejorar la edición del texto).